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¡Bienvenid@! Has llegado a mi blog, "La barraca del cojo", un lugar donde no vendo ni ofrezco nada, sólo expongo para quien quiera echar un vistazo, pequeños escritos, mis sentimientos y mis vivencias, siempre desde el respeto y el cariño hacia las personas que en este aparecen o a las que me pueda referir.







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sábado, 22 de octubre de 2011

Viaje programado

Asun se preparó la mochila con sumo cuidado. Comprobó una vez más en el ordenador, que la reserva efectuada para diez personas y tres días, en una casa rural, seguía en pie. Estaba nerviosa, ya que nunca había salido de vacaciones sin sus padres. Estaba tranquila, porque tenía todos los datos. Sonó el timbre del portero automático.

-"Piiiiiiii, piiiiiiiii" -eran Ruth y Sergio-.
- ¿Quién es? -contestó Asun con tono burlón.
- ¡Ruti y Sergio! -gritaron canturreando.
- ¡Adelante chicos! ¡Subid!
Abrió la puerta a la pareja y se sentaron en el sofá rojo del salón, a la espera de que llegasen los demás. De nuevo, sonó el timbre. Ya estaban todos, excepto Luis. Eran las diez y cuarto de la mañana, y la hora de entrada a la casa la tenían a las tres de la tarde. Tenían tiempo de sobra, pero querían ir tranquilos.

Todos estaban emocionados. Irían en tres coches, cargados de ropa, comida e ilusión. A las once menos cinco, sonaba el timbre del portero automático por última vez: era el tardón de Luis. En vez de abrirle la puerta, Asun le indicó que esperase a que bajaran todos.

Una vez reunidos todos en el portal, se distribuyeron en los vehículos de Sergio, Andrea y Luis. Emprendieron el camino todos seguidos, y en cada uno de los coches, se dispusieron a seleccionar la música, entre risas, cigarritos y discusiones sin relevancia.


Pasada hora y media, entre un tráfico fluído y lluvia por varios puertos, llegaban a su destino. La casera les esperaba en el bar del pueblo. Asun entró y preguntó por ella. El camarero le señaló a una mujer de unos setenta años, de estatura media, encorbada, con el pelo cano, gafas con cristales gruesos color sepia y una berruga un tanto desagradable en el mentón. Estaba tomando un carajillo de anís -su favorito-, sentada bajo el conducto del aire acondicionado. Se dirigió hacia ella y se presentó:

- Hola, buenos días. Me llamo Asunción Belenguer. Tengo reservada la casa rural para diez personas. Venía a por las llaves.
- Tanto gusto, señorita. Yo soy Dña. Orosia. Antes de entregarle las llaves, les voy a acompañar y les enseño las estancias. ¿Han tenido buen viaje?
- Si, Dña. Orosia, muchas gracias. Estamos un poco cansados por el trajín.

 Dña. Orosia sacó las llaves del bolsillo de su bata, y dejando la puerta abierta, les hizo pasar a todos a la pequeña entrada. Al abrir la puerta principal, a mano derecha, habia un sinfonier antiguo de tres cajones y un espejo de marco dorado; al frente, las escaleras de acceso a la segunda planta. Los amigos se congregaron en el salón, que estaba situado a mano izquierda del hall. Poco a poco, fueron recorriendo la primera planta: la cocina, el baño, el jardín, la cuadra... A continuación, Dña. Orosia les invitó a visitar la planta de arriba. Subieron las escaleras con lentitud, puesto que los huesos de la anciana ya no estaban para aquellos trotes. Les enseñó los cinco dormitorios, la terraza y el segundo baño de la casa. Mientras elegían habitación y acompañante, Andrea reparó en dos viejos retratos:

- Perdone Señora. ¿Quiénes son estas dos parejas? Estas fotos son muy antiguas y parece que nos sigan a cada paso -dijo Quique.
- ¡Ja, ja, ja! -rió la anciana-. En la foto de la izquierda, aparecen mis abuelos maternos y en la de la derecha, mis padres. Ambas fotos corresponden a sus respectivas bodas.
- Y ¿por qué van vestidos de negro y tan serios? -espetó Luis.
- Hijito, por aquellos años, la moda era casarse de negro y las mujeres, con vestido corto. Y la seriedad, va con cada uno... Os contaré una historia.

 En la casa hacía frío y había humedad. Llevaba tiempo sin habitar. Los ojos de las fotografías se clavaban en las sienes de todos ellos.
- Aquel dormitorio -indicó una habitación pequeña con una cama de matrimonio- era antaño el cuarto principal, dónde durmieron mis padres toda la vida. Mi madre falleció en esa cama. Mi nieta mayor, que se llama como yo, durante muchos años, durmió allí. Le gusta mucho la lectura, sobre todo a altas horas de la madrugada. Me contó que, en alguna ocasiones, cuando se quedaba adormilada, notaba una presencia a su lado u oía un incesante subir y bajar escaleras, y se sobresaltaba. Al igual que vosotros, sentía que los ojos de sus antepasados le seguían. Llegó a tener el convecimiento de que sus almas vagaban por la casa para protegerla.
- Oiga, ¿acaso no quiere que se habite la casa? Está asustando a las chicas -dijo Miguel.
- Por mí no hables, querido. ¡Es fascinante! -contestó Asun.
- No era mi intención asustar a nadie, hijito. La imaginación gasta malas pasadas. Todos estamos convencidos de que las lecturas de mi nieta eran las culpables de lo que oía y sentía. Tomad las llaves. Espero que vuestra estancia aquí sea agradable. Yo vivo en la primera casa que hay en la entrada del pueblo.
- ¿Por qué dejó esta casa, si se crió en ella? -preguntó con insana curiosidad Patricia.
- Donde vivo, es un pequeño asilo donde nos cuidan voluntarias del pueblo próximo. Yo ya no estoy para subir y bajar escaleras, hijita. Toma las llaves, ¿Asun?
- Si, señora. Gracias.

 Con estas palabras, se dió por terminada la conversación. Dña. Orosia bajó con cuidado las escaleras, y sosteniendo el pomo de la puerta, levantó una mano a modo de despedida. Cerró la puerta.
Todos llegaron a la determinación, de que pese a la historia de la anciana, la casa era vieja, pero estaba limpia y bien cuidada, y nada impediría que la fiesta que tenían montada, siguiese adelante.

Salieron todos a por las bolsas. En un rincón de la calle, se arremolinaban todas las noches, bajo un farol, las mujeres del pueblo. Con ellas estaba Dña. Orosia, que les explicaba "parecen buenos chicos".

Repartieron las habitaciones y las obligaciones. Unos encendieron la estufa de leña, otros colocaron la comida y la bebieda en la nevera, otros repartieron mantas... Salieron a dar una vuelta por el pueblo y los alrededores para estirar las piernas. Hacía una tarde fantástica. Los niños jugaban en la plaza, y su griterío se oía por todo el pueblo. Les encantó la torre-campanario de la iglesia, los pilones, las gentes.

Cuando regresaron, se dispusieron para preparar la cena. Seguidamente, Asun y Ruth recogieron la mesa y fregaron los cacharros, mientras que los demás, preparaban los cocteles, los juegos y la música.

Ruth estaba preocupada por lo que había contado la anciana. Los temas de espíritus y almas atrapadas le daban bastante impresión. No quería acabar la noche en vela por sonidos extraños.

 - Ruth, deja de darle vueltas al asunto. Dña. Orosia tiene razón. Quizá si su nieta oía o sentía cosas, sería por lo que leía. Por la noche, con la tranquilidad del campo, los sonidos se hacen más notables.
- Lo sé, pero también ha dicho que la imaginación gasta malas pasadas, y ya sabes que la mía, con nada se dispara.
- Ya basta, Ruti. Es una casa antigua y tiene fotografías de los propietarios, ¿y qué? Estamos diez personas y no vas a estar sola en ningún momento. Además, vas a dormir con tu chico, ¿recuerdas?

Nadie, salvo Asun, se percató del temor de Ruth, ni siquiera Sergio. Tras tranquilizarla, ambas se sentaron alrededor de la mesa. Durante un buen rato, jugaron "al duro". Entre risas, llas agujas del reloj del campanario les dieron las cuatro y media de la madrugada. El alcohol había hecho estragos en alguno de ellos. En un momento dado, Miguel y Quique sugirieron fabricar una ouija. Sugerencia desestimada. La mayoría estaban cansados y en un estado de embriagadez patético. Se fueron a acostar, menos Sergio y Javi, que se quedaron comentando las incidencias del día y planeando las del siguiente.

Asun ayudó a Ruth a ponerse el pijama, ya que había sido la más perjudicada a la hora de beber. Cuando ya quedó cambiada y arropada y Asun se disponía a regresar a su cuarto junto con Luis, Ruth la llamó balbuceando.

 - No puedo cerrar lo ojos. Veo todo el rato a esas parejas mirándome fijamente...
- Ruth, estás borracha. Cierra los ojos y cuenta los bolsos que tienes -dijo riendo.
- Déjate de bromas, ¿quieres? Dile a Sergio que suba. Tengo miedo.
- Si así te quedas más tranquila, iré a buscarlo.

 Así lo hizo. Bajó de nuevo la escalera y llamó a Sergio. Le contó lo que sucedía, y este, resignado, acudió al encuentro con su novia. Todos se acostaron.

Mientras se cambiaba, Asun estaba pensativa. Luis la despertó de un cachete en las nalgas. La situación, los sonidos los de la casa y el alcohol, los llevaron a hacer el amor apasionadamente.

A la mañana siguiente, se reunieron todos a las once para desayunar. Todos, excepto Andrea. El pánico se apoderó de Miguel y Ruth. La buscaron por toda la casa, en los baños, en el jardín. Nada. Ni rastro de ella.
En la casa no había teléfono y, en un pueblo tan pequeño, la cobertura para los teléfonos móviles, no llegaba.

Sonó el timbre de la puerta.

- "Diiiing, diiiiiing, diiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing". Todos se sobresaltaron. Asun acudió a abrir.
- ¡Buenos días! -era Andrea.
- ¿Pero dónde diablos te habías metido? ¡Llevamos un buen rato buscándote! ¡Eres una inconsciente!
- He ido al pueblo de al lado a por café para el desayuno... se nos había olvidado pero, ¿ha pasado algo?
- ¡Sí! Podías haber dejado una nota. Estábamos todos preocupados por tí, boba.

Realmente, la historia que Dña. Orosia contó a los chicos, les había hecho mella. Resuelta la desaparición de Andrea, entre reproches, prepararon el desayuno. Se arreglaron y marcharon con los coches a conocer los pueblos de alrededor.

Por la noche cuando volvieron, exhaustos, encontraron la puerta de la casa abierta. Se encontraron con Dña. Orosia.

- Buenas noches, Señora. ¿Sucede algo? ¿Por qué ha entrado Usted sin estar nosotros? -preguntó con desconfianza Asun.
- Hijita, os dejásteis anoche encendida la luz de porche. He llamado, pero como no estabais, sólo he entrado a apagarla.
- Disculpe, Dña. Orosia, no volverá a pasar. Le rogaría que no entrase a la casa en nuestra ausencia.

 La sugerencia no le sentó bien a la propietaria, pero la aceptó a regañadientes.
Una vez más, los muchachos se asearon y prepararon la cena. La noche fue más tranquila que la anterior, pero siguieron la misma dinámica.

A la mañana siguiente, en el desayuno, programaron hacer una barbacoa en el jardín. No había una de obra, ni siquiera una portátil, así que decidieron construir una provisional.

- Ayer pasamos por un fábrica abandonada de ladrillos, al lado de la estación de tren. Haciendo un hoyo en la tierra en un rincón, pondremos ladrillos y sobre estos las brasas, y tendremos una barbacoa rústica -dijo Miguel entre risas.
- Está bien. Nos dividiremos -continuó Sergio, asumiendo el mando. Miguel, Quique, Javi y Andrea que vayan a la vieja fábrica y traigan ladrillos; Luis y yo haremos el hoyo, y las chicas que arreglen la carne y llenen la nevera de cervezas.
- ¡Manos a la obra! -gritó Miguel, entusiasmado.

Así lo hicieron. La expedición a la fábrica de ladrillos, tardó más de media hora en volver. Varias veces tropezaron y rompieron los ladrillos, se toparon con el alcalde del pueblo, llevándose la bronca pertinente... mientras, Luis buscó en la cuadra una azada, Sergio escrutaba el lugar perfecto cavar el hoyo, y las muchachas, arreglaban la carne al ritmo de la música.

Cuando todos se reunieron, el hoyo estaba hecho, sólo fataba conseguir las brasas. Comieron, brindaron, rieron y parlotearon.

En un pueblo pequeño, no hay mucho que hacer o visitar, y las horas pasan como minutos. Una vez terminada la comida, tapado el hoyo y recogida la cocina, montaron una timba de rabinos y pochas en el jardín, entre cervezas frías y pacharanes.

Esa noche, Ruth no pudo pegar ojo. Mientras todos dormían, ella oía a varias personas subir y bajar escaleras. Eran sonidos muy lentos y huecos. Tuvo la tentación de levantarse a comprobar si había alguien, pero el pánico le agarrotó los músculos.

A la mañana siguiente, debían abandonar la casa de Dña. Orosia para regresar a la capital. Recogieron sus cacharros y, mientras cargaban los coches, Asun bajó al bar a entrevistarse con la anciana.
- Buenos días, Dña. Orosia.
- Buenos días, Asun, hijita. ¿Ya marchais?
- Sí, Señora. Vengo a entregarle las llaves y a pagarle, claro.
- Espero que hayais disfrutado.
- Sí, lo hemos pasado muy bien, excepto mi amiga Ruth. Quedó muy impresionada con lo que nos contó y casi no ha dormido. Ha oído y sentido a alguien más en la casa.
- Hijita, los fantasmas como tal, no existen. La mente los crea. Lo siento por tu amiga.
- No se preocupe. En cuanto volvamos a la ciudad, se le habrá pasado el disgusto. Cuídese mucho.

Asun le entregó el dinero y se dieron un apretón de manos. La anciana se quedó mirando a Asun, pensativa sobre su carajillo.

El grupo de amigos emprendió camino de regreso a casa.

- ¿En qué piensas, Ruti? -preguntó Asun.
- En la casa, en la vieja, en todo lo que se oye allí, y en tí. ¿Por qué eres tan valiente y yo tan cobarde?
- No eres cobarde, pero ¿sabes? Yo creo que Dña. Orosia nos contó la historia para darle algo de emoción al pueblo. La casa es muy antigua. No había nada, salvo el bar, la carretera y la dehesa -concluyó Asun.
- Quizá tengas razón, pero no contéis conmigo para futuros viajes a una casa rural -dijo Ruth.
¡Podríamos ir un fin de semana a la playa!


FIN

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