Con las prisas olvidé coger las llaves del coche. Por un instante me sobrevino la absurda duda de si debía volver a entrar. En cuestión de segundos deshacía y volvía a hacer el camino andado con las llaves en la mano. Maleta y yo salíamos chirriando rueda de la urbanización.
No pude parar de mirar por el retrovisor en todo el trayecto. El piloto de la gasolina me recordaba que necesitaba combustible con cierta ligereza y la fortuna quiso que en escasos metros, aparececiese una.
- Lleno, por favor.
Llevaba muchos días tramando mi huída. Mi cara revelaba preocupación y el señor de la gasolinera en seguida reparó en ello.
- ¿Necesita algo más? ¿Se encuentra bien?
- No, muchas gracias. Estoy bien. Dígame por favor qué le debo.
- Se abona en ventanilla.
- Gracias. Muy amable. ¡Buenas noches!
Me dirigí a pagar a la dichosa ventanilla con la mirada fija de aquel hombre en mi nuca. Rauda y veloz subí al coche, con la intención de enfilar la autopista cuanto antes.
Eran las 22:30 horas de un asfixiante 30 de junio. El calor me obligaba a encender el aire acondicionado.
- Estaré bien -musitaba sola en el habitáculo- En pocas horas habré llegado a mi destino y todo habrá acabado. No estoy sola... ¡Venga nena, ánimo! Y sobre todo, mantenerme despejada que sólo falta que tenga algún accidente... ¡música a tope! A continuación, sonó mi disco favorito de EnVogue.
***
Tres horas más tarde, llegaba agotada a mi destino. Allí me esperaba despierto el hombre de mi vida. Ya estábamos juntos. Relajados. Él llegó por la mañana y finalmente, todo había salido a las mil maravillas.Ahora ya podíamos pasar tranquilos nuestras ansiadas vacaciones...
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