Es pleno invierno pero necesito movimiento. No pido siquiera salir de mi hábitat natural, pero necesito airearme y volver a conquistar aunque sea, la ciudad. Escudriñar las calles, los paisajes, las gentes, todo lo que pasa a mi alrededor. Percibir los aromas, oír conversaciones, gritos, risas y llantos del gentío. Ser testigo directo de todo lo que va sucediendo.
El día que me decido, salgo dispuesta a comerme el mundo pero a cada paso que doy y cualquier obstáculo que se me presenta, me provoca tanto dolor que no puedo evitar fruncir el ceño con expresión desencajada por no poder resistir la horrible sensación.
La tentación de llamar un taxi y volver a la seguridad del hogar me ronda la cabeza pero, saco fortaleza de lo más hondo de mi ser y sigo caminando.
- Vaya jodienda los dichosos espolones - pienso mientras me flojea el ánimo.
No puedo llevar un buen ritmo, pero sigo andando y si hace falta, se cojea... ¡faltaba más!
Se me antoja comerme unas castañas calientes mientras dando un paseo de vuelta a casa, siento el frío y el cierzo en mi tez desnuda, el dolor agudo de pies, el placer del fruto que tanto me gusta y sobre todo, una vez redescubierta la ciudad, regresar al calor del hogar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario