Por fin llegó el gran día. Allí estaba Luisa, apeándose radiante de la gran limusina negra que la llevaba hasta la puerta de la iglesia.
Le abrió la puerta el hombre más nervioso de la faz de la tierra en esos momentos: su "caballero" Antonio. Estaba guapísimo con su chaqué negro de raya diplómatica. Al verse frente a frente, se abrazaron y se regalaron un tierno y casto beso en la mejilla. Colocó el prendido en la solapa a su amado y este, marchó seguidamente al interior de la iglesia.
El novio esperaba impaciente la llegada de su prometida al altar (...). De pronto, sonó la música del organillo "chan, chan, chanchaaaaán, chan, chan, chachaaaaaánnn, chan, chan, chanchán, chanchachaaaán, chánchachaaaaaaaaán", mientras ella avanzaba agarrada del brazo de su padre, por el pasillo de la iglesia, previamente inundado de pétalos de rosas rojas y blancas.
En tres cuartos de hora de misa, los novios se habían dado el "sí, quiero" y salían gozosos para fotografiarse con la familia y amigos.
Ya en el hotel de madrugada, exhaustos por lo ajetreado del día, comentaron satisfechos lo bien que había salido todo: la boda había sido de ensueño, los 150 invitados habían comido y bebido hasta reventar, el bals lo bailaron sin tropezar...
La pareja se fue de luna de miel a Centro-América. Volvían mucho más contentos que cuando marcharon: Luisa estaba encinta.
Fueron pasando los meses como marido y mujer y futuros papás. Luisa estaba radiante, aunque el embarazo no estaba sentando bien a su salud. La felicidad era completa, pero Luisa se sentía extraña.
Meses más tarde, dió a luz a la pequeña Claudia, y año y medio después, a la reina de la casa: Daniela. "¡Qué rápido pasa el tiempo!" -pensaba.
Cuando las niñas ya tuvieron cinco y seis años, Luisa y Antonio decidieron hacer un crucero con ellas por el Mediterráneo: sería la primera vez que viesen el inmenso mar. Zarpaban un caluroso siete de julio desde Barcelona. Se acomodaron en un bonito camarote de la cubierta "A". Mientras Luisa organizaba maletas y armarios, las niñas salieron con Antonio a ver el mar; estaban fascinadas.
Llevaban un par de horas de viaje, cuando subidas a la barandilla de la cubierta, Daniela cayó al agua. El terror y la desesperación se apoderaron del joven matrimonio. Para cuando rescataron el cuerpo de la criatura, Daniela había fallecido...
(...)
Luisa no se encontraba bien, estaba nerviosa, con sudores fríos, sus ojos se movían a toda velocidad, cuando de pronto, se incorporó soltando un chillido: todo lo acontecido, había sucedido en sueños.
Prendió la luz, miró a su alrededor adormecida, y se dio cuenta de que estaba en su fría cama, sola, sin un guapo y caballeroso marido, ni hijas a las que cuidar... Su mediocre vida seguía intacta. Restregandóse los ojos para despejarlos, sentenció con desprecio: "soñar es..., ¡soñar es una mierda!".
No hay comentarios:
Publicar un comentario