Así estamos, simulando que trabajamos, haciendo aire mientras movemos papeles y mirando el correo personal, cuando no podemos jugar a los solitarios.
Entre medio, breves conversaciones trascendentales sobre unas cosas y otras del trabajo.
De vez en cuando, damos un poco por el culo al fulanito de tal, dándole un toque por teléfono, echando una bronca o jactándonos de que hemos hecho llorar al prójimo.
Con nostalgia recuerdo aquellos tiempos en los que había muchísimo trabajo, pero se sacaba con un “¡cagoendiós!”, dos cojones y un palito. Éramos un equipo, no bien avenido –para no perder las buenas costumbres-, pero un equipo a la hora de trabajar.
El interés real por aquellos entonces no era otro, más que el bienestar de los residentes, y no como ahora, que es joder al que tienes al lado, independientemente de que te haya ayudado o no.
¡Ay, qué tiempos aquellos!
Hoy por hoy, no se hace nada de provecho. Les dices una serie de cosas a las superiores, y a los días, la aguda de turno hace suyas mis palabras, descubriendo lo que anteriormente les había advertido. ¡Manda huevos!. Si se puede, el mejor trabajo que tienen es joder al personal: entretiene mogollón y todo sea salirse con la suya. Todo sea desacreditarme a mí, y a los que estamos en “la lista negra”.
Tanto puedo decir, que prefiero no continuar. Con lo dicho ya hay suficiente. El que quiera entender lo que firmo, que lo entienda. Los que estamos en “el barco”, sabemos a lo que me refiero, aunque cada uno bogue en una dirección distinta.
Así vamos, sin rumbo.
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