Son las tres de la mañana del sábado y Luis duere plácidamente. A mí, unos gritos provinientes de la calle me han despertado. Trato de dar media vuelta y dormirme nuevamente, pero la intensidad de las voces no me lo permiten.
Empecé a prestar atención inmóvil desde la cama, para tratar de conocer el por qué del griterío: era una pareja que por el acento, me atrevería a aventurar, de procedencia cubana.
La curiosidad y el escándalo me incitaron a levantarme. Fui al servicio pensando en que tiene una ventana que da a la calle... Una vez satisfechas ciertas necesidades, me asomé a contemplar la estampa: él, un joven negro, alto y delgado, se hallaba apoyado en el que intuí que era su coche, un Clío blanco mal aparcado. Mientras Claudia, una joven de estatura media, larga y voluminosa melena, voz de pito y mal talante, le increpaba y golpeaba sin cesar.
El tema de disputa, haciendo un breve resumen, es que la pareja llevaban ocho años juntos pero él, se ha enamorado de otra y le ha sido infiel a su novia, que se ha enterado e incluso conoce a la implicada.
Llegó un momento en el que, como en todo culebrón, el episodio tomó un cariz cansino, y como seguían con la misma cantinela, resolví irme a la cama. Para mi suerte, en pocos minutos el griterío se volvió silencio, y pude conciliar nuevamente el sueño.
El domingo transcurrió tranquilo y no fue hasta el lunes, cuando al salir de casa para ir a trabajar, que descubrí el nombre de él: Sebastián. Ella, herida y con toda su rabia, encontró la ocasión para escribir de lado a lado en el exterior de un bar de mi calle:
SEBASTIÁN
PERRO. ESTÁS MUERTO.
Pude deducir pues la identidad de él, porque Claudia se pegó todo el tiempo llamándolo "perro".
La de ella, por un alarde "...como que me llamo Claudia..."
Hasta hoy, ninguna noche ha desvelado el desenlace...

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